Las contempló a las dos, madre e hija: sus rostros eran como muros blancos, parecían desprovistos de emoción e inteligencia. Miró a su alrededor: lo mismo ocurría con los esclavos. Razonó que sería inútil intentar abrir una brecha en aquel impávido adobe de miradas que no parpadeaban. "Ésta es la fe religiosa", se dijo: "Borra del rostro la inquietud de las dudas, como les ocurre a los necios".
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