miércoles, 27 de abril de 2011

El águila bicéfala, por Antonio Gala


Dos observaciones, hijas de mi experiencia, les haría yo a mis oráculos: que no se puede poseer del todo sin ser poseído; y que el destino es lo que se hace a ciegas, lo que se cumple sin saberlo, y cuando ya se sabe es demasiado tarde. 

El amante suele dejar de amar, pero no deja de amar nunca el momento en que amó: ese momento que no existe. Le urge encontrarlo entre cartas, atardeceres, gestos, ropa interior, palabras. Imposible. Y revuelve nervioso el equipaje. No; se extravió en alguna parte, por descuido quizá, o se lo robaron. El tiempo en el que amamos nos olvidó. Todo en nosotros es irrecuperable. 

Qué confusos el futuro y el pasado. Qué confuso el presente. Para Ulises, ¿era el tosco palacio de Ítaca su casa? ¿O la casa de Ulises era el mar? En el fondo, desde el principio, tú tuviste la certeza de que la casa de uno es su destino. Yo aún no lo he aprendido. 

Sólo que el sexo no nos ha sido dado para procrear, ni para atrapar infecciones venéreas, ni para elegir por él tanteando nuestro amor, ni para ser juzgados, ni para usarlo con cautela, ni como clave de discriminaciones, ni como tema de tragedias. El sexo, Tobías, no nos ha sido dado: somos nosotros quienes hemos sido dados a él. Como náufragos a una isla misteriosa.

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