martes, 19 de abril de 2011

El pibe que arruinaba las fotos, por Hernán Casciari


Podría hablar horas de uno de mis recientes descubrimientos: Hernán Casciari. Leí "Bitácora de una mujer gorda" (luego publicado como "Más respeto que soy tu madre", llevado al teatro por Gasalla y del que ahora se está haciendo la película), luego "España, perdiste" y acabo de terminar este del que hoy solo adelanto unas brevísimas frases (para no copiar todo el libro que, por cierto, se puede descargar gratis de la página de Hernán). Desde ayer tengo en mis manos la Orsai Nº 2 y todavía no puedo creer la calidad de esta publicación. Me ha dejado muda (y para dejarme muda a mí...).
Casciari, para decirlo de algún modo, escribe de forma intensa, contundente. Me hizo reír y llorar todo dentro de una misma obra. Y me dejó pensando.
Se podría hablar horas del "fenómeno" en la blogósfera y bla bla bla. Lo único y último que voy a decir es: UN ESCRITOR ENORME.

La traición siempre es un descubrimiento tardío, pero es la infancia donde ocurre por primera vez. Las demás traiciones de la vida solamente son ecos de una primera. El cornudo que descubre a la mujer en la cama con otro se duele, antes que nada, de su infancia dolorida, de los pequeños detalles del pasado, y no tanto por el delito que ve con sus ojos.

De pronto yo estaba en el hogar donde pasé la adolescencia; lo supo primero mi nariz. Los ojos se acostumbran tarde a la penumbra, pero mi olfato reconoció enseguida el olor inconfundible de la casa de la calle Treinta y Cinco. Siempre sabemos cuál es la fragancia del sitio donde crecimos; nadie acertaría a explicar de qué está compuesta, pero cada uno de nosotros es capaz de reconocer ese aroma entre miles.

El Negro Sánchez seguía mirando a mi hermanita de catorce años a los ojos, y ella a él. Durante un siglo el silencio de todo Mercedes hizo equilibrio en la línea recta de esas dos miradas.

A principios de aquel año había empezado a leer como un loco a Juan Filloy. Además de Maradona y su desgracia mítica, el cordobés había propiciado también ese viaje norteño. En su novela Op Oloop había leído una frase que me empujó a desprenderme de todos los contextos: La soledad es el placer de la propia perspectiva, escribía don Juan en mil novecientos treinta y dos, y sigo pensando que es una de las verdades más redondas que se han dicho nunca. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario