jueves, 9 de junio de 2011

Mano de sombra, Javier Marías


... ya al final de la tarde, noche otoñal cerrada y lluvia aburrida fuera, la hora del día en que más sobreviene el cansancio y más acosa a la gente la duda de si tiene o no algún sentido cuanto ha hecho a lo largo de la jornada que ya ha sumado. 

Hay amigos a los que uno ve a diario durante prolongadas temporadas o aun largos años, y entonces parece imposible concebir la existencia sin ellos, sin su compañía cotidiana o casi. Y sin embargo, al cabo del tiempo que se deslizó fugitivo, uno se da cuenta de que hace mucho que no sabe nada de aquella gente con la que una vez habló a diario y a quien necesitaba informar de cuanto le acontecía y estar puntualmente enterado de lo que le ocurría a ella. 

Los motivos de cada hombre o mujer para actuar como actúan son indescifrables para los demás, y nadie puede ponerse cabalmente en el lugar de otro, menos aún juzgarlo. Quizá esa sea la principal diferencia: los biógrafos investigan como policías y luego juzgan como jueces; los novelistas tan sólo cuentan, y al contar comprenden.

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